Hay frases que se clavan más hondo que un golpe.
Y hay silencios que duelen más que cualquier discusión.
¿Te ha pasado?
Este post es una invitación a mirar con más amor y conciencia cómo usamos nuestras palabras.
Porque lo que decimos (o lo que callamos) tiene un poder enorme: puede abrir el corazón… o cerrarlo para siempre.
¿Por qué hablamos desde el ego?
Muchas veces no es que no sepamos qué decir.
Es que no nos atrevemos a mostrarlo. Es que el ego nos habla primero.
Nos cuesta reconocer errores, expresar lo que sentimos o simplemente pedir ayuda. Creemos que mostrar necesidad, incomodidad o inseguridad es señal de debilidad.
Y el ego, cuando se siente expuesto, prefiere atacar, defenderse o callar.
Nos cuesta decir “me equivoqué”, “necesito que estés”, “te amo”, porque creemos que eso nos hace vulnerables. Y el ego, cuando se siente amenazado, se defiende.
Prefiere tener la razón antes que tener paz.
Prefiere ganar antes que conectar.
Prefiere herir antes que exponerse.
Así, sin darnos cuenta, convertimos una conversación en un combate.
Y lo que era una oportunidad de conectar… se convierte en una guerra silenciosa. Y así, palabra tras palabra, vamos alejándonos… incluso de quienes más queremos.
Las palabras como energía viva.
Cada palabra tiene su vibración.
Cuando hablas desde la rabia, desde la herida o desde el orgullo, esa energía se queda. En ti. En el otro. En el aire.
Y lo mismo ocurre cuando hablas desde el amor.
Una frase puede cambiar el curso de una conversación.
Puede aliviar, puede unir, puede sanar.
Por eso es tan importante pausar antes de responder, respirar, y preguntarte:
¿Desde dónde estoy hablando ahora? ¿Desde el ego o desde el corazón?
El silencio también comunica.
A veces no decimos nada, pero eso también es un mensaje. Y no siempre uno sano.
Callamos para no entrar en conflicto, para no ser malinterpretados, para no exponernos.
Pero ese silencio acumulado pesa. Y muchas veces lo que no se dice termina hiriendo más que lo que se dice mal.
¿Y si te dieras permiso de ser vulnerable?
¿Y si soltaras el miedo al juicio, y dijeras lo que realmente necesitas decir?
¿Y si empezaras a hablar desde un lugar más presente, más real, más tú?
No se trata de tener siempre la razón.
Se trata de tener paz.
De hablar para construir, no para imponer.
Las palabras sanan cuando vienen del alma. Y tú tienes ese poder. Solo necesitas escucharte antes de hablar.
Y recordar que, a veces, lo más valiente no es hablar fuerte… Sino hablar desde el corazón.
La próxima vez que estés por responder en automático, detente un segundo.
Respira.
Y pregúntate: ¿esto que voy a decir me conecta o me aleja? ¿Es el ego quien habla… o es mi parte más amorosa?
No estás sol@ en esto.
A todos nos cuesta.
Pero cuando lo ves… puedes empezar a cambiarlo.
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Porque sí, cambiar la forma en que hablamos transforma mucho más que una conversación.
Transforma vínculos. Crea puentes.
Nos recuerda que detrás de cada palabra hay una emoción… y detrás de cada emoción, un deseo profundo de conexión.
Que nuestras palabras no sean armas.
Que sean abrazos. Que sean verdad. Que sean amor.
Gracias por llegar hasta aquí.
Gracias por escucharte también a ti.
Con cariño,
Álex García
Mentor
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